Añoranza
Asoman entre racimos, hielos y
resacas hasta secarme la piel añorando tus sedas en besos de ternura...
Un espacio se abre oscuro mientras
un rayo de luz me corta el alma que sangra adolescente abrasando mi cara. El
cuchillo de luz me oprime el pecho, angustioso, pesado; me pesa como la Tierra
misma y parece intentar socavar más vacío en las paladas que se forma tumba
cada vez más profunda, inacabable…
Aún así, te sigo reclamando tu
espejo de cariño mirando de soslayo tras esquinas y silencios, buscándote,
buscándote, Buscándote... y solo hay una puerta de noche sobre la tierra donde,
boca abajo, me ahoga de miedo.
Es sueño, me dije, tensando el
cuerpo... Mi voz se reseca de tanto nombrarte, llena de tierra, de infierno
desde un dolor se extiende recorriendo alma y cuerpo.
Agonizo… Agradezco a los dioses
este último viaje…
Despierto envuelta en barro.
Alguien me salvó de la muerte. Lloro desgarradoramente… Volverá la pesadilla,
la distancia, tu olvido…
Vuelvo la mirada y, de nuevo,
comienzo a añorarte…
Lágrimas de olvido se rebozan
entre congojas sobre una almohada…
Aún estás a mi lado.
El abandono se esconde entre besos
ilusionados, serenos porque compruebo que se ha despertado el día con
esperanza, contigo, como ayer, como siempre, como decidimos al encontrarnos:
que era, es y será un encuentro de amor coincidente, ese, el esperado, el único,
entre tú y yo.
El mundo se apacigua.
Tu presencia me desnuda de
miedos, de distancias, de dolor… Se calma esta tormenta en nuestra realidad,
amarnos.
©Ángeles Sánchez Gandarillas
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